Minas de Potosí, Bolivia

Los golpes secos penetran en la oscuridad
mientras las manos inocentes separan la plata de la tierra.
El rubor de los gritos revolucionarios
prende el azul del cielo,
gargantas heridas de tiempos pasados.
Se abre en el suelo un canto a la vida
teñido de desesperanza
como si el alma de las manos que trabajan volase más allá de las nubes que los aguardan.
Entre coca y bebida destilada
los niños se tornan viejos
y el tiempo se convierte en un gran espejo donde las arrugas nacen
y la piel se resquebraja.
No existen relojes para aquel que hace un pacto con la tierra
y dentro
en los túneles nocturnos
se respira la fatiga
-y a ratos,
la risa-.

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